lunes, 20 de junio de 2011

Diana

¡Déjame en el semáforo! fue lo único que dijo antes de bajarse del carro furiosa por la actitud de ese día, estaba tan molesta que no presté atención a las cosas que tomó, el suéter, la carpeta con los papeles y el paraguas, ilógico, como siempre actuaba su mente, pues el sol era radiante ese día y era exactamente la mitad del verano. Se volcó a caminar con un paso rápido y fuerte retumbando cada uno de ellos desde sus talones hasta su cabeza, fue tan pesado el andar que en solo un momento el retumbar se volvió un dolor de cabeza y el dolor a su vez en un llanto callado y lastimoso que solo dejó correr un par de lágrimas desde sus ojos.

Su andar había sido rápido y no pudo darse cuenta que el carro del que había descendido hace poco había logrado parquearse unos metros más allá, una segunda mujer descendió del auto, usaba lentes oscuros grandes y redondos. Cruzó la calle a toda prisa haciendo uso de su talla 36B de sostén para detener el tráfico, con sus pies de trotadora casual y sus zapatos de goma que siempre llevaba puestos llegó al lado de su compañera en un instante, justo cuando ésta se disponía a cruzar de nuevo la calle en dirección al este.

— No logras nada con esa actitud de niña Diana, de verdad no logras nada — dijo ella al llegar

— ¿De dónde has salido? — contestó con dejo de molestia en su voz

— ¡Rayos! que importa de donde salí yo, no entiendes que no puedo dejarte aquí Diana —

Ella esperó a que cambiara el semáforo de color y se echó a la calle, haciendo caso omiso de las palabras de su compañera, pensando sólo en su molestia, en su rabia, en sus decisiones y las consecuencias, no aceleró el paso esta vez y el retumbar de sus talones no se hizo presente, el dolor de cabeza ya desaparecía.

La mujer de los lentes oscuros analizó rápidamente la actitud de Diana, no aceleraba el paso y no parecía desear estar sola. Pero la mujer tras los lentes oscuros también sabía que Diana era orgullosa, terca y testaruda, así que se dedicó a pensar una forma de lograr un cambio de ánimo en Diana y rápidamente dio con su respuesta.

Ella se colocó al lado de Diana, le igualó el paso y la actitud, entonces, justo al llegar a la acera de enfrente volteó hacia el cielo como loca, pegó un pequeño grito y actuó erráticamente por un instante muy breve, Diana no entendía lo que pasaba y no pudo evitar que se le escapase una leve sonrisa. Genial, pensó la mujer tras los lentes oscuros, eso era todo lo que necesitaba, sacó un pote de agua de su cartera y lo abrió disimuladamente.

— Oye Diana, podemos compartir el paraguas, me emparamo — pronunció ella, justo cuando se dispuso a vaciar el pote de agua completo sobre su cuerpo.

Diana, sorprendida y con una expresión de risa en su cara abrió el paraguas rápidamente.

— ¿Estás loca? te bañaste — agregó Diana

—lo hago por nosotras, déjame —