viernes, 19 de agosto de 2011

Irreverente

Capítulo 1 

El muñeco se encontraba suspendido en el aire justo por encima de la media pared que dividía la habitación, el calor era algo sofocante y el ruido del ventilador retumbaba armónicamente tormentoso en todo el lugar. Se colaba algo de luz por la ventana medio abierta en la pared que se erguía justo por detrás de mi cabeza, la ventana era corrida, ancha, la  mitad daba a  mi habitación y la otra  mitad a la de las niñas.

Supe que no era un sueño porque el muñeco suspendido en el aire hacía sombra sobre las aspas del ventilador, no tenía miedo, pero un líquido caliente bañó mis muslos mientras mis ojos se abrían y mis pupilas se dilataban buscando captar la figura lo mejor posible.

Diez minutos antes...

Mi nombre sonó fuertemente en la casa, seguido por  A DORMIR, ésas son las únicas dos palabras que no se desobedecían en casa, porque de hacerlo, el ardor del cuero en las nalgas te las recordarían por un par de días, la prima, mi hermana y yo nos acostamos en esa habitacion parcialmente dividida, de un lado las niñas y del otro lado el varon. Prendimos el ventilador, y unos minutos después me paré agazapado a poner el mismo un poco más orientado para mi lado.

Cinco minutos antes...

Las niñas rieron y lanzaron una almohada a mi lado, respondí con la misma acción, pero arroje un cojín viejo. Ya había capturado una almohada nueva para mi botín...
Me sentí feliz y orgulloso de mi inteligencia y por unos minutos me creí una especie de comandante dentro de una importante guerra.

Un minuto antes...

Me pidieron que devolviera la almohada, que ésa era de la prima y la había traído desde casa para descansar; mi respuesta fue negativa una y otra vez. El ruido del ventilador, y la tele en la habitación de enfrente ahogaban nuestros murmullos.

Unos segundos antes...

Escuché el sonido seco de aquel objeto estrellándose contra el techo. Rápidamente dispuse mis manos para apartarlo de mi cara en la caída, pero NUNCA cayó, mis manos no me dejaban ver y había cerrado los ojos por miedo a que me golpeara aquel objeto. Al no oír ruido concluí que o había caído sobre la media pared o había rebotado de nuevo hacia las chicas, abrí las manos lentamente y despegué los parpados, entonces me di cuenta que él seguía ahí en el aire, suspendido, acechando….

jueves, 11 de agosto de 2011

Movil

Hoy parece ser uno de esos dias despues de la tormenta donde la calma,asi sea poca, parece eterna, legitima, eterea, perfectamente conseguida por contrato con el destino.
Es el trato en la vida, tormentas y calmas intercaladas, aun y cuando las tormentas parecen mas largas, la realidad es contraria, la diferencia esta en nosotros, que nunca nos detenemos a admirar con calma la calma, pero en cambio, si disponemos del tiempo para ahgarnos entre lamentos durante los vientos de la tormenta, proseguir el camino es lo debido y dejar en el olvido aquello destruido, para seguir en la calma detenidos observando el tiempo y apresandolos en nuestros pensamientos.
Jose Bertorelli
Este mensaje ha sido enviado gracias al servicio BlackBerry de Movilnet

martes, 9 de agosto de 2011

El Informante

Tenía una vida perfecta, siempre acompañada, sus amigos fieles a sus dotes y a sus cualidades, joven, emprendedora, innovadora, en fin estaba encantada de la vida, la habitación donde pasaba sus días era amplia fresca y con un aire un poco antigua que lograba darle mayor aire de modernidad a sus líneas curvas, materiales innovadores y diseño vanguardista, tal cual como lo decía su dueño, exactamente igual a la etiqueta que le colocaron en su nacimiento ese domingo a media noche cuando se terminó su lote de producción.

Amanecía y se bañaba de una luz blanca fresca que lograba iluminar cada rincón de la habitación, los únicos privilegiados que lograban dormir hasta tarde eran ella y su compañero de al frente, pero generalmente trabajaban hasta tarde y con todos los miembros de la familia. Sonaron los escalones de madera cediendo por el peso del hombre y hoy como ayer, y como todos los días de su vida ella se despertó, se desperezó y se colocó en su forma más sexy y curva, nadie podía resistirse cuando se veía así.

Robinson era su amigo, la había traído a casa, pues casi inmediatamente pudo salió a la calle a ganarse la vida, Robinson era lo más grande que tenía, nunca la abandonaba y los fines de semanas eran especiales, el solía sentarse a hablar en ella entre copa y copa, con alguna comida para picar en la mesa y el compañero de la habitación frontal hablando como siempre, tanto que a veces parecía un monologo, ese amigo de ella, tan conocedor, tan chismoso era su fiel compañía cuando Robinson quedaba dormido.

En la soledad de la madrugada ella solo pensaba en la felicidad de su vida, aunque, de vez en cuando, atemorizada por el hecho de que la llevaran a otro sitio, se repetía para su interior la frase que le diría, déjame, déjame aquí o me romperé, pero eso nunca tuvo que ser dicho, era más un toque de inseguridad de su personalidad que una realidad, Robinson era un visionario y siempre se sentaba a pensar en su futuro al punto que muchas veces se encontraba soñando despierto sobre acciones que él nunca sería capaz de llevar a cabo de ninguna manera, pero no era un perdedor, ni un hombre promedio, tenía un gran éxito, pero este éxito le costó la soledad, sin embargo, se repetía para sí mismo aun me queda el consuelo de contar con ustedes mientras soltaba una amplia risotada llena de alegría y los observaba a ella y su compañero de al frente.

En un largo invierno de esos que azotaron con fuerza a finales de la década de los noventa Robinson decidió que esta ciudad era muy helada para su piel que ya empezaba a envejecer por culpa de los años que no pasan en vano, y fue entonces cuando decidió mudarse a un pequeño apartamento al sur del país. Colocó en la sala a su gran amiga, la silla de diseño exclusivo y justo frente a ella a un nuevo televisor con pantalla y sonido superior, en ese momento silla se sorprendió y lloró callada por su amigo que se había marchado, lloraba y se repetía para sí misma no volveré a encontrarte nunca más, nunca más me narraran historias como lo hacías tú.

A Donde

Me queda el consuelo de no haberlo perdido todo, aun y cuando arriesgué mi vida, mi matrimonio y toda mi fortuna.

Me he dado cuenta que el juego puede ser realmente un vicio, mi vicio, y por eso quiero decirles la forma en que todo ocurrió. Comencé como una jugadora casual en pequeñas tascas de la gran Caracas, esos bien llamados centros hípicos, recuerdo que en los primeros años hípicos, por así llamarlos, hacía falta rodar varios kilómetros e ir a calles bien exclusivas para poder apostar algunos bolívares al jinete y al animal que más te gustase, por lo menos ese era mi caso, a diferencia de mis amigos que andaban con cuadernos llenos de números y nombres, tiempos y ganancias.

Luego la actividad hípica fue creciendo, y siguiendo la ley de la oferta y la demanda los centros hípicos se reprodujeron y colmaron cada tasca del país, bastaba con poner un televisor en la tasca y trasmitir la carrera para que estos lugares empezaran a recibir las apuestas y a prometer ganancias muy superiores a las de la taquilla y una vida llena de éxitos y dinero…mucho dinero.

El deporte equino no logró captar el total de mi atención, pero fue ahí donde conocí a los amigos de unos amigos que apostaban al beisbol de las mayores, el hoy mal llamado las grandes ligas, las apuestas pagaban muy bien y tenía la ventaja que la pelota era para mí una pación bien arraigada, labor que había hecho mi padre desde la infancia, fue ahí y gracias a los consejos de mi abuelo que logré hacer una verdadera fortuna en las apuestas.

Mi abuelo nunca supo que gracias a que pasaba todo el día sentado en el viejo mecedor escuchando en la radio la emisora que repetía los juegos de las mayores una y otra vez, ya que el aparato no lograba sintonizar nada más, su nieta se hizo millonaria con una cuenta de seis cifras altas en el banco, nunca aposté sin preguntar al abuelo quién ganaría y por qué, aunque las razones que el abuelo daba eran poco profesionales, éstas siempre fueron en su mayoría acertadas y llegué a pensar que nunca se equivocaba, sino que yo no lograba entender el nombre del equipo ganador en su ya gastada voz.

Pero en esta vida todos tenemos un paso seguro de dar, un paso que nos lleva hacia adelante y al mismo tiempo hacia atrás, el paso de la muerte. Fue en la repetición del juego de la final de 1950 cuando el abuelo nos dejó, ya tenía 93 turnos al bate y su corazón no latía como antes.

Desde ahí las apuestas se volvieron erráticas, sin sentido, confusas, empecé a experimentar con otros deportes del momento, las carreras de motos, de autos y hasta las carreras de perros, de hecho estuve tan emocionada con éstas últimas que compré un galgo africano por una suma de dinero bastante alta, según el vendedor era lo mejor del momento, un perro de raza con la rapidez del Africa.

Pero ninguno de los deportes dio resultado, y yo seguía apostando a cualquier cosa que apareciera, me quedé sin esposo, sin familia y sin dinero, para mí alegría aun no muere el galgo que compré y está aquí sentado escuchándome como hablo entre copa y copa.