jueves, 15 de septiembre de 2011

Irreverente

EL Final

Una humareda se desprendió del muñeco como lo hacían los sartenes calientes al colocarlos en el agua, y una parte de la cara se quebró  y cayó al piso volviéndose añicos. El hombrecillo endemoniado dejo escapar un gruñido grueso y comprendí que le había causado dolor.


Aproveché aquel instante y apreté mi mano sobre la pierna de aquel “diminuto”; concentré mis fuerzas en batirlo contra el piso, pero entonces su peso aumentó y estuvo a punto de aplastarme el pecho. No pude moverlo, mucho menos levantarlo. Tenía pocos segundos y no sabía que mas hacer, el aire me empezaba a faltar...

…De pronto se elevo de nuevo y me suspendió con él en el aire, solo para dejarse caer de golpe; repitió la acción velozmente  tres veces causándome un intenso dolor en cada caída al estrellarme de espalda contra el suelo. Un grito de dolor se escapo de mis labios y entonces comprendió que lograba herirme, mi mano no lo había dejado de apretar, y no pensaba soltarlo.

Al entender mi determinación de no soltarlo se dispuso a subir  una vez más, pero en esta ocasión lo hizo  con más rapidez  y mayor fuerza, logró estrellarme contra el techo y seguidamente me puso en picada, golpeando mi cuerpo en esta ocasión con el  piso. Tuve suerte de que la almohada, que segundos antes había capturado, se interpuso justo entre el suelo y mi cara, parecía blanca, gruesa, iluminada y supuse que desde algún lugar me estaban ayudando.

Pensé con astucia, y cuando el demonio se perfiló en su salto agresivo hacia el aire, lo sujeté aún más fuerte. Justo al despegar el pecho del piso impulsado por el vuelo de aquella bestia, lo solté.

El sonido que causo al estrellarse contra la lámpara central del cuarto fue estrepitoso, supongo que ensordecedor, aunque yo hacía rato no escuchaba nada. No hubo expresión de dolor de su parte, no le dio  tiempo de saber lo que le pasaba, su cara partió la pantalla de la lámpara, el bombillo y dio de golpe contra el cemento del techo. La cerámica de su rostro  se quebró en miles de trozos encendidos en fuego, cayeron desde el aire como una típica lluvia de meteoritos de las que filman en las películas  y su cuerpo aún húmedo se quedo incrustado en los cables desnudos de lo que fue la lámpara, electrocutándose sin parar.

La puerta del cuarto se abrió de golpe y  ellos entraron a la habitación rápidamente. Mi cuerpo estaba de cara al suelo y mi ropa tenía aspecto de harapos. Algunos trozos encendidos que bajaban del aire quemaron mi franela y mi espalda, mientras que las cerámicas rotas del pedazo de cara resquebrajada por el agua habían cortado mi piel  en los muslos, pecho y abdomen. Estos cortes eran pequeños puntos de sangre distribuidos por toda mi piel.

El cuerpo de trapo quemado estaba chispeando en el techo hasta que una mano de dedos gruesos, viejos pero en muy buen estado bajó el interruptor  de la luz.

Fue entonces cuando  el cuerpo de trapo se desplomó hacia el suelo. La misma mano que apago el interruptor de la luz lo sujeto antes de que tocara el piso y lo retiro del cuarto. Aun no escuchaba nada, me senté en la orilla de la cama y me desplome en ella. En ese instante me di cuenta que los trozos de cerámica en mi cuerpo se movían, penetraban más profundo en mi piel y se fundían en mis tejidos, el dolor aumentó y me desvanecí…

…Tan solo tenía doce años. 

martes, 13 de septiembre de 2011

El Escape

Sentía como miles de gotas se formaban en la superficie de la piel, como los poros trabajaban apurados y expulsaban sin parar esas gotas de líquido que tenían la función de refrescar las altas temperaturas que mi cuerpo estaba alcanzando, pasaron pocos segundos antes de que las fracciones formaran un afluente y se deslizaran camino abajo directo hacia mis pestañas. El sudor se acumuló ahí hasta un punto crítico y empezó a gotear lentamente hacia los ojos, cada gota dificultaba más la vista y ardía.

Pequeñas nieblas se posaban sobre mi iris debido al sudor penetrando mas allá de mis pestañas y la respiración era jadeante, apresurada muy desesperada. Cada bocanada de aire llenaba mis pulmones con el tan necesitado oxigeno, los glóbulos trabajaban a doble turno sin parar alimentando todos mis músculos, la sangre no respeto durante esos minutos el límite de velocidad y circulaba sin respetar paradas ni altos. Los músculos de las piernas y manos nunca habían sido expuestos a tal tención en los últimos años, una vez estuve asustado, pero no me dio tiempo de correr.

El golpe de los talones contra el suelo arenoso hacia brincar mi cerebro dentro del cráneo y casi podía sentir como golpeaba las raíces de mi corto cabello, que había sido recién rasurado por la mínima diferencia. Mi correr no era  recto, estaba desesperado y zigzaguee en varias ocasiones, pero sé que corría un serio peligro.

 Empezó a faltarme la respiración, pero sabía que no podía detenerme, aun me seguían de cerca y los pies entrenados, contorneados y  acostumbrados a las carreras de la mujer que venía tras de mí me recordaban que no podía parar, que debía dar el todo por el todo.

Yo estaba descalzo en el momento que comenzó todo, acababa de liberar mis dedos de la opresión de los zapatos cuando de pronto sucedió. Mis pies, ahora concentrados en la carrera del escape, se quejaban a gritos  por la falta de un juego de llantas debajo de ellos. Pero aun así, sé que la decisión de abandonar mi calzado fue la correcta, gracias a ello quedaban algunas esperanzas de huir.

Sus pasos parecieron sonar mucho más fuerte detrás de mí, y tuve la tentación de voltear la cara para tratar de estimar la distancia que ahora nos separaba, sabía que era menor, mucho menor, pero me concentre en mi carrera.  Al pasar un segundo unos delicados pero firmes brazos sujetaron la punta de la franela que era batida por el viento en contra y como si de un choque de autos se tratase mi carrera de escape colapso y se hizo un fracaso.

El desequilibrio fue mínimo, pero los músculos cansados, la falta de oxigeno en el cerebro y   la torpeza intrínseca de mi persona causaron  que mis piernas se  olvidaran de  pedir permiso la una a la otra para poder avanzar  en la carrera, y entonces tropezaron. Mi cuerpo  fue dejado en libre suspensión por unos instantes de segundo, como si volara, antes de chocar contra la arena de la playa, el  giro de la caída fue tan brutal y rápido  que causo que mi cara se estrellase contra lo que eran mis huellas en la arena.

Era el fin, estaba acabado. El ardor de la arena caliente  rosando toscamente contra mi rostro fue intenso pero breve, cerré los ojos y tape mi cara con mis manos. Aun jadeaba y trataba de recuperarme de tan cruel carrera cuando se posaron sobre mí.

Eso te pasa por poner tus zapatos llenos de arena dentro de mi carro, añadió mi hermana justo antes de tenderme la mano con una gran risa en su rostro. Que no vuelva a suceder dijo al levantarme.

Yo aun jadeaba y ella agrego, --por cierto estas fuera de forma, y más contra una velocista---, no debiste intentar escapar,  ambos reímos a carcajadas cansadas.

Ella me atrapo y gano esa batalla, pero no sería yo el que tendría que pasar dos horas al regresar a casa aspirando la alfombra de la cajuela.

Abrazados nos retiramos a la sombra del toldo donde toda la familia se reía de lo que había pasado. 

lunes, 5 de septiembre de 2011

Irreverente

Capítulo 2


El muñeco se encontraba suspendido en el aire justo por encima de la media pared que dividía la habitación, el calor era algo sofocante y el ruido del ventilador retumbaba armónicamente tormentoso en todo el lugar.


Mis pupilas no tardaron en reaccionar a la luz y se dilataron al máximo mientras el corazón se aceleraba al doble de lo normal; Observe la sombra en el ventilador y  los pulmones se vaciaron por completo, dejándome sin aire, no aspiré nuevamente hasta que un  grito despavorido me hizo despertar. El alarido sonó alarmante,  grueso y largo; Mis músculos reaccionaron al sonido y tome una bocanada profunda de aquel aire sofocante, sin desviar la mirada, note como aquel muñeco giraba hacia mí, clavando sus ojos en los míos.

Las niñas volvieron a gritar angustiadas, la puerta del cuarto se cerró repentinamente y el seguro se bloqueó en el momento exacto que desde la otra habitación venían a socorrernos, intercambié miradas con él un momento más y comprendí sus demandas. La puerta del cuarto se batía y las pequeñas desesperadas trataban de abrir desde adentro, gritaban, pero mis sentidos callaron todo alrededor  y se concentraron en la figura del muñeco que se reía en el aire.

Me pare lentamente de la cama y traté de cogerlo con la mano con un amplio gesto de sonrisa y amistad dibujado en la cara, pero yo  era muy chico y no alcanzaba, ubiqué la mesa y me subí en ella.

El juguete puso sus ojos en negro azabache por completo y la cara se agrietó como cerámica reparada, la piel se le torno blanca y justo cuando se disponía a emitir un sonido yo salté y lo atajé con mis manos. Logré poner mis dedos sobre su boca forcejeando con el sin darme cuenta que era tal la fuerza que lo suspendía en el aire que yo quedé colgado al sujetarlo y mis pies estaban sin base alguna.

Mordió la mano que tenía al alcance y un pequeño hilo de sangre bajó desde mi pulgar hasta mi muñeca, el calor en la herida era infernal y tuve que soltarlo, quedando suspendido con una sola mano. Observé los dientes amarillos de fumador y afilados de tiburón, como un gran animal adicto al tabaco.

De pronto él dejó de suspenderse en el aire como desapareciendo el deseo de hacerlo y nos precipitamos hacia el suelo, golpee mi espalda en el piso y los pies cayeron sobre la cama, el dolor fue intenso, agudo y me hizo olvidar la mordedura por unos instantes.

No sé por qué pensé aquello, pero al ver aquella figura parada sobre mi pecho con la mirada fija sobre las chicas, que aun trataban de abrir la puerta, entendí que debía hacer algo más o no saldríamos de ahí con vida. Lograba ver la desesperación de la prima y mi hermana, pero todo ocurría en silencio, sin sonido alguno para mí.

Reaccioné justo cuando aquel pequeño monstruo pensaba brincar sobre las muchachas sujetándolo por su tobillo. Se molestó tanto que alargó su cuello elástico para morderme, era mi mano sana; mientras eso sucedía mi mano herida había llegado hasta el vaso de agua que siempre me llevaba a la cama para dormir, tomé la jarra ignorando el dolor que me cubría y arrojé el líquido sobre aquel demonio. Una humareda se desprendió del muñeco como lo hacían los sartenes calientes al colocarlos en el agua, y una parte de la cara se quebró  y cayó al piso volviéndose añicos. El hombrecillo endemoniado dejo escapar un gruñido grueso y comprendí que le había causado dolor.

Sueño de Verano 

Buenos días,
Hoy para mí es un día muy importante y solo les voy a dejar un par de direcciones que me encantaría que se tomaran unos pocos minutos y las vieran, con mucho cariño y respeto  aquí se las presento: