Sobre el concreto del piso
reposaba sentado absorto en los movimientos minúsculos de la ciudad, sus pies pendían sobre el
viento y sus manos sujetaban el resbaladizo borde de la azotea, llegar hasta
allí había sido difícil, pero parecía cualquier cosa si se comparaba con la
frialdad que había que tener para estar al borde de la muerte a mas de ochenta
y siete pisos de altura. El ritmo de la ciudad entonces parecía lento y
calmado, ya que aun cuando a esas altas horas de las noches la afluencia era
menor, el efecto de calma era acrecentado por la menor cantidad de sonidos y
ruidos que lograban alcanzar los ochenta y tantos pisos del edificio más alto de
la ciudad.
Sus pensamientos buscaban
sujetarse a los aspectos positivos de su vida, a las felicidades y a los éxitos
del pasado para evitar la caída de su cuerpo al vacío interminable de la caída,
los pensamientos reconfortantes eran entrecortados, no lograban dibujar una
línea extensa y continua, en cualquier momento aparecían esas luces de alarma,
como si de verdaderas sirenas de ambulancia se tratase y entonces un mal
recuerdo lo hacia temblar, los ojos se le estallaban con el cumulo de lagrimas
que se apoyaban sobre la puerta de su retina para no dejarlas salir a la
superficie, y la sensación de estar tragando una piedra se le acrecentaba en la
garganta. Estos pensamientos ocasionaban que sus manos se soltasen lentamente
del borde y entonces su cuerpo perdía equilibrio ante las ráfagas de viento.
La vida nunca ha sido fácil,
pensó para el mismo y entonces un
recuerdo corto pero sumamente gratificante paso por su cabeza, tomo con fuerza
el borde y lucho por erguir su espalda e inclinarse un poco para atrás,
restableciendo el equilibrio. Pero aun así miles de cosas se cruzaban en la
mente, no había una línea del tiempo respetable, éxitos del futuro eran
aplastados por amarguras de la infancia y sus días felices como niño no
aparecían por ningún lado, solo recordaba las faltas, las necesidades y su
falta de empeño de cuando era joven. Ahora solo era un viejo, o por lo menos era
lo que sentía, un viejo sin vida, sin razones para vivir, un niño que no
realizo sus sueños, que siempre le falto muy poco para conseguir lo que quería,
pero que nunca lo logro, y por qué, se pregunto, porque nunca lo intento, nunca trato de ir mas allá
y siempre se rindió en el primer obstáculo.
Esa era la conclusión, eso era
todo, no había razones para que seguir con vida, si todo el mal de su ser se
concentraba en el mismo, entonces por qué debería salvarse, era lógico, las personas siempre tratan de eliminar
los responsables de su fracaso de su vida, pero en este caso el responsable de
su fracaso era el mismo, entonces debía eliminarse.
Saltaré, pensó sin vacilar, es la
mejor manera de acabar con todo esto, la caída será rápida, son solo 87 pisos,
cada piso tiene unos dos metros y medio,
así que serán…
… si unos 218 metros hasta el asfalto, la caída solo
durara, solo durara…
… 7 segundos!!!! . Se quedo un
momento con la mente en blanco y entendió que eso era mucho tiempo cuando se
analizaba desde su punto de vista, 7 segundos no son nada para el que realiza
un viaje en avión, o para el que espera una cita en un café, pero cuanto tiempo
es en las competencias de natación, de 100 metros planos o mas aun en las
carreras de formula 1, es una barbaridad, 7 segundos pueden ser toda una vida,
sarcásticamente análogo desde su punto de vista.
Recordó que el record mundial
de los 100 metros planos lo había
obtenido un corredor jamaiquino en Berlín en el 2009 y estaba un poco por
debajo de los 10 segundos, nueve segundos y cincuenta y algo, pero no logro dar
con la cifra exacta. Pero el recuerdo de él sentado frente al televisor viendo
la carrera si se mantenía muy fresco aun
en su enmarañada cabeza y pensó nuevamente, es mucho tiempo, en este
tipo de situaciones los segundos parecen dilatarse y tienden a volverse lentos
y pesados, tan lentos que la imagen dentro de ti se graba con lujos de
detalles, con calma y logras proyectarla como si de una toma en cámara lenta
del cine se tratara.
El viento soplaba de norte a sur
con ráfagas de alta velocidad, hace apenas dos días la ciudad había estado en
alerta naranja por corrientes
huracanadas, pero había sido degradada a amarilla en la mañana de aquel día.
Ricardo tenia un rostro cuidado pero con signos marcados de su avanzada edad,
ya rondaba los sesenta años y haber trabajado desde muy joven en situaciones
duras pasaba ahora su factura, el pelo pintado de negro entre sus abundantes
canas guardaban el recuerdo de una juventud plena y bien vivida, siempre pensó
que se hizo viejo demasiado rápido, pues no exprimió cada año hasta la ultima
gota. ya estaba empezando a sentirse
cansado, sus rodillas se quejaban seguidamente y la cintura le molestaba en
jornadas que antes sorteaba con facilidad. No tenía bigotes ni barba, pero
siempre daba la impresión que estaba a punto de dejárselos crecer, ya que su
cara se veía bastante poblada, en sus años de juventud tenía que afeitarse hasta dos veces al día
para poder mantener un rostro totalmente limpio.
Sus ojos marrones se notaban
fatigados y el signo de afecciones visuales resultaban visibles, nada grave
para la edad que tenia, pero nunca le había gustado tener que usar gafas, pues
le parecía un fastidio el hecho de guardarlas o recordar tomarlas al salir de
casa. No vestía nunca como un tipo anticuado, aunque si era muy conservador,
siempre terminaba haciéndole caso a las chicas que le recomendaban ciertas
prendas en las tiendas a las que asistía, pues siempre fue cordial, jovial y
muy simpático con las personas que hacían ese tipo de labores, en gran parte
por que lo recordaban a el de joven, y recordaba como muchas veces los clientes
lo menospreciaban y lo maltrataban, entonces decidió nunca cometer ese mismo
error y actuaba lo mejor posible ante
los muchachos que lo atendían ahora a él.
Pensaba con gran aferro el ideal de marcar la vida de las demás personas
de manera positiva, que un gesto de
simpatía con estos trabajadores podían hacerle su llegada a casa mas amena y
que seguramente hasta comentarían con sus compañeros a aquel hombre amable y
jovial que habían atendido algún día, aun cuando pasasen los años. Era fiel
creyente de esta filosofía y la aplicaba y defendía sin vacilar, que fácil es
hacer feliz a los demás con simplemente ser respetuoso, simpático y jovial.
Lastima que lo que él siempre se
esmero en hacer nunca le fue retribuido
y en su vida se consiguió a un sinfín de personas que solamente se esmeraron en hacer sus días mas pesados,
lentos y grises. Las palabras de afecto parecían no corresponderles y conocía vagamente
lo que significaba lealtad y amistad.
Las manos sobre el muro de
cemento volvieron a soltarse un poco y la ráfaga de viento del norte desbalanceo su cuerpo un tanto hacia el
vacío, el miedo que pensó lo abordaría nunca apareció y por un momento estuvo a
punto de dejarse caer, sin embargo el viento cambio en seguida de dirección y
lo empujo en dirección contraria a la caída, retomo el balance y en un acto
reflejo su mano se aseguro del borde.
Tenía quince años la primera
vez que Ricardo se sintió realmente
atraído por una mujer, era una morena de nariz perfilada, cabello castaño
claro, ojos almendrados y un lunar pequeño y sutil debajo del lado izquierdo de
su labio inferior, ella estaba en buena forma, atlética, pertenecía a varias
selecciones del colegio y estudiaba con el
en el mismo salón de clases. Ella nunca se fijo en el mas que como un
buen amigo con quien pasar ratos agradables y el suspiraba todas las noches
pensando en sus besos y sus caricias, infinidad de veces se levanto llorando en
las noches arropado en su cama soñando con que ella finalmente le besada, le
tomaba de la mano o le dedicaba palabras de amor y cariño, pero la verdad es
que eso nunca paso y no fueron mas que sueños. Primero adoraba cada vez que
soñaba con ella, eran una oportunidad para tenerla cerca, para sentirla, para
tener en los pensamientos recuerdos tan
vividos como si en realidad hubiesen sucedido, pero luego con el pasar de los días y la indiferencia de
aquella niña hacia sus muy sutiles halagos y coqueterías, los sueños se volvieron pesadillas y le recordaban lo
triste de su existencia.
Cada vez que la soñaba se
despertaba desesperado ante la impotencia de no poder borrarla de su vida, no
lograba sacarla de su mente, y mucho menos ayudo que la viera besando a un amigo que
tenían en común, que había logrado conquistarla, este amor nunca será
superado y le dejará una marca en su vida que llevará para siempre, que
condición tan injusta y tan fuerte. Era una vez más el niño triste y sin ilusión.
La brisa le golpeo el rostro y el
quejido de una sirena llego entrecortada a sus oídos, la vista deambulo de un
lado a otro hasta que consiguió el brillo apagado de la coctelera de aquel vehículo,
desde esa altura no lograba diferenciar entre ambulancia, patrulla, o carro de
bomberos. La sirena se apagó cuando
aquel automóvil cruzo en la esquina y entro en el túnel que conectaba con la
parte este de la ciudad.
Ricardo soltó sus manos e inclino
su cuerpo para adelante, pero la posición poco le dejaba perder el equilibrio,
así que sin pensarlo pego sus talones al
muro de piedras que se extendía bajo el borde y se impulso al vacío. Su caída
fue mas rápido de lo esperado, pero de igual manera sentía que se quedaba sin
aire, el choque con el agua fue sensacional.
Recordaba como si fuese ayer sus
clases de clavado en una piscina a las afuera de su ciudad que las impartía
nada menos que el padre de un compañero
de juegos de la residencia, sin embargo, en ese entonces aquel señor, delgado,
de facciones cómicas, bigote blanquecino y ojos hundios parecía todo un héroe
de la natación mundial.
El señor les había explicado como
lanzarse con la cabeza y los brazos extendidos sobre esta para lograr una entrada limpia en el agua, mientras menos se
levante mejor será, había repetido toda la mañana. Ya se habían agrupado en la
orilla de aquella piscina una media docena de niños de las residencias,
casi todos conocidos por Ricardo en el
patio de juego.
No debe ser muy diferente de los clavados, pensó con la luz de las
empresas que laboraban corrido
alumbrando el limite horizontal de la ciudad, su cuerpo ya estaba cansado de la posición que tenia
desde hacía un rato, entonces giro su tronco a la derecha y tomo con sus manos el borde
del muro, coloco sus rodillas en el mismo y lentamente se irguió como una escultura en el limite externo del
saliente. No pudo resistir el deseo y extendió sus brazos formando una cruz con su cuerpo, con los pies fijos en
el saliente y la mirada alineada mirando infinitamente las estrellas sobre el,
la brisa era mucho mas que una caricia de verano y le hizo perder el
equilibrio.
Sus pensamientos estallaron
en un
cumulo de reflexiones sin pies ni
cabezas, pero a pesar de todo ello, Ricardo nunca tuvo ni tan si quiera el acto reflejo de aferrarse al vida o
al muro, aunque si se hubiese estirado habría podido alcanzar las rejillas
metálicas que allí se encontraban, Ricardo por el contrario asumió la caída con
una serenidad demencial propia de un decidido emprendedor desequilibrado.
Su cuerpo resbalo al vacío, giro
y se oriento de espaldas al piso, y allí se encontraba, ahora si, cayendo rumbo a
la ciudad, 7 segundos, o ya un poco menos se dijo para su interior,
escaso era el tiempo que lo separaba del
golpe final, un golpe que contrario a las enseñanzas de su vecino en aquella
piscina no podría ser limpia aun entrando con las manos por delante de la
cabeza.
Ricardo había escuchado alguna
vez que la mayoría de las personas que se lanzan de una gran altura, morían
antes de caer por el nivel de estrés y desesperación que la misma causaba, pero
nada era mas contrario en su ser. Una armonía y serenidad impregnaron su cuerpo
irradiándolo hasta el ultimo centímetro y la tranquilidad se apodero de él, estaba
seguro por sus conocimientos que no sufriría en el impacto y que la muerte
ocurriría de manera instantánea, entonces entendió que aquel conocimiento fue
el condicionante para sumirlo en tanta
paciencia.
Los pisos desfilaron frente a sus
ojos rápidos e indistinguibles, difuminados por la aceleración, los colores
eran oscuros con algunos recuadros teñidos de amarillo o blanco allí donde aun había
luz. Pero lo mas sorprendente fue notar como los molestos sonidos de la ciudad
se agolpaban en la entrada de sus oídos y le martillaban los tímpanos sin
cesar, Casi de un suspiro se acababa de dar cuenta que no caía al vacío y que
no estaba solo, pero no pudo suspirar, se había formado en su estomago un hueco
profundo e infinito que resultaba imposible llenar y que no le permitió
despegar sus labios, aun en momentos cercanos a su muerte no podía hacer lo que
quería, la frustración lo cubrió.
Probablemente la gente se sorprenda al ver mi cuerpo estallar
contra el suelo, o contra un automóvil, peor aun pensó, estresándose un poco,
quizás caiga encima de alguien y le arrebate también su vida, como cuando el agua del mar en su vaivén continuo arrastra
granos de arena a sus profundidades
oscuras y escondidas. Era casi imposible pensar que alguien en estas
condiciones pudiese estresarse por algo mas que no fuese la propia caída, pero
así fue.
Ricardo se sorprendió al darse
cuenta que se había equivocado en sus cálculos y que el recorrido que estaba
haciendo era en realidad mas duradero, no duraba segundos ni horas, eran días
enteros lo que separaba a su cuerpo de su destino final, el suelo. Entonces decididamente
comenzó a sacar cálculos de fuerza y energía confirmando que de caer sobre
alguien este no tendría opción distinta a la muerte. Los pisos continuaban su
desfile ante el, mientras Ricardo se daba tiempo para pensar un poco mas en su
vida, se detuvo en el medio del camino y saboreo por ultima vez un buen café
acompañado del humo vicioso de la marca del mejor tabaco.
Después paso a destapar aquella
botella de Ron venezolana que le habían traído desde aquel país unos amigos
suyos que conoció en unas conferencias en sus primeros años, siempre mantuvo
bajo celoso resguardo aquel Ron especial, pues debería destaparse en una buena ocasión
y no le pareció una mejor que esta, en tal caso, no habría ninguna mas, por que
esta era, seguramente la ultima ocasión importante que viviría. Al terminar el
vaso de ron que se había servido
acompañado solo de hielo, tal cual le recomendaron, se abrió paso de la cocina hasta el guarda ropa y vistió su
peor combinación, pensó que era prudente cambiarse de atuendo, pues
estaba a punto de estrellarse al suelo y no quería dañar sus pantalones
favoritos.
Un par de ruidos molestos lo
colmaron en totalidad y una gran cantidad de luces le estallaron los ojos en
resplandor, estaba ya cerca del suelo, del final, se encontraba calmado y
tranquilo pero aun debía terminar algunas cosas. Por lo tanto se apuró a coger
el teléfono y llamo a la chica del pasado, a su gran amor, le pidió perdón por
como se había comportado y la perdono por sus tanto errores, se despidió de
ella con un beso y con la seguridad de que ahora ella si lo amaba, no hay mejor
declaración que la hecha en los instantes antes de tu muerte.
Mal vestido como andaba, con el
sabor exquisito del ron en la boca y la felicidad del amor tomó un avión
directo a la ciudad anfitriona de su equipo de fútbol favorito, llego justo a
tiempo para el partido final y vivió como el mismo era proclamado campeón de la
temporada en casa, no pudo aguantar las
ganas de celebrar hasta el último instante y siguió a la muchedumbre que
se agolpaba a las entradas de los bares
de las calles aledañas. Antes de entrar a ese local que había elegido, fijo su
mirada en el anuncio del mismo y en el edificio que se sostenía sobre la
frígida tasca
Era un edificio alto, muy alto,
de ventas de vidrios uniformes y equilibrados. Los paneles separadores eran
metálicos y solo algunas ventanas tenían luz a estas horas de la noche, sobre
sus caras rectangulares se reflejaban nítidamente las siluetas y figuras de la
ciudad que se erguía frente a él, era un
espejo gigante, enorme. Entonces justo cuando se disponía a entrar diviso una
objeto deforme en el reflejo del edificio, giro sobre sus talones para buscar
la figura real más allá de la calle de donde supuso venia el reflejo, y noto enseguida
que era su cuerpo cayendo al vacío. Muy
pocos pisos quedan ya, pensó, y entonces
entro en aquel bar.
Un grito agudo, largo y
desesperado quebró el ritmo agobiante y apurado típico de la ciudad, fue un
grito desde el alma. Aquella mujer acababa de girar su mirada al cielo para
convencerse del inicio de una pequeña llovizna
que la sorprendió en la esquina
habitual donde pedía limosna. Hacían ya diez años desde que debido a un accidente había perdido la lengua y las
cuerdas bocales quedando desfigurada, muda y abandonada. Pero su alarido abanicó
y fue escuchado en cuadras a la redonda.
La ciudad se paralizo un momento
y las gotas quedaron suspendidas en el justo lugar donde se encontraban al
momento de aquel espantoso sonido, es un objeto, no, es un cuerpo, seguramente
se suicido, se escucho decir a las
personas que se encontraban cerca de Ricarod. Ricardo se había detenido junto
con las gotas a solo un par de pisos del final, suspendido en el aire sin poder
terminar su recorrido se encontraba inmóvil, inconsciente absorto en la
celebración de su equipo de fútbol.
Las personas de la ciudad
desviaron sus miradas y modificaron su ruta
para evitar pasar cerca del lugar donde evidentemente se estrellaría
aquel desdichado, mal vestido y vicioso señor. Suicidarse con una taza de café,
un vaso de licor y un cigarro en la boca es algo que se ve poco hoy en día
pensaron algunos otros, Entonces el tiempo empezó a moverse despacio mientras
la muda escapaba de la escena.
El tiempo tomo su ritmo habitual
y las primeras gotas chocaron contra el frío terreno de la ciudad dividiéndose en miles de gotas más que
saltaban de un lado a otro como con la compleja habilidad de un rebote desproporcionado. El cuerpo de Ricardo
siguió su rumbo al empedrado.
Algunas de las personas que
seguían cerca aseguraron que su cuerpo se había estrellado y dividido en mil
trozos pequeños irreconocibles que luego se habrían evaporado al pasar la
lluvia. Pero los más atentos, divisaron como del cuerpo de Ricardo habían
surgido dos grandes trazos blancos de libertad y justo antes de estrellarse
había logrado alzar vuelo, lejos de la rutina y la decepción.
En aquel bar, situado en la parte
baja del gran edificio un agudo escalofrió recorrió a todos los hombres y
mujeres a las paredes, sillas y bebidas,
pues un hombre mayor, pálido y sereno,
bebiendo ron y fumando tabaco, el cual
algunos aseguraban que tenia cara de Ricardo, acababa de pasar suspendido nuevamente entre ellos envuelto en
un halo trasparente blanco y frío.