domingo, 10 de febrero de 2013

Ansias de Libertad


Sobre el concreto del piso reposaba sentado absorto en los movimientos minúsculos  de la ciudad, sus pies pendían sobre el viento y sus manos sujetaban el resbaladizo borde de la azotea, llegar hasta allí había sido difícil, pero parecía cualquier cosa si se comparaba con la frialdad que había que tener para estar al borde de la muerte a mas de ochenta y siete pisos de altura. El ritmo de la ciudad entonces parecía lento y calmado, ya que aun cuando a esas altas horas de las noches la afluencia era menor, el efecto de calma era acrecentado por la menor cantidad de sonidos y ruidos que lograban alcanzar los ochenta y tantos pisos del edificio más alto de la ciudad.
Sus pensamientos buscaban sujetarse a los aspectos positivos de su vida, a las felicidades y a los éxitos del pasado para evitar la caída de su cuerpo al vacío interminable de la caída, los pensamientos reconfortantes eran entrecortados, no lograban dibujar una línea extensa y continua, en cualquier momento aparecían esas luces de alarma, como si de verdaderas sirenas de ambulancia se tratase y entonces un mal recuerdo lo hacia temblar, los ojos se le estallaban con el cumulo de lagrimas que se apoyaban sobre la puerta de su retina para no dejarlas salir a la superficie, y la sensación de estar tragando una piedra se le acrecentaba en la garganta. Estos pensamientos ocasionaban que sus manos se soltasen lentamente del borde y entonces su cuerpo perdía equilibrio ante las ráfagas de viento.
La vida nunca ha sido fácil, pensó  para el mismo y entonces un recuerdo corto pero sumamente gratificante paso por su cabeza, tomo con fuerza el borde y lucho por erguir su espalda e inclinarse un poco para atrás, restableciendo el equilibrio. Pero aun así miles de cosas se cruzaban en la mente, no había una línea del tiempo respetable, éxitos del futuro eran aplastados por amarguras de la infancia y sus días felices como niño no aparecían por ningún lado, solo recordaba las faltas, las necesidades y su falta de empeño de cuando era joven. Ahora solo era un viejo, o por lo menos era lo que sentía, un viejo sin vida, sin razones para vivir, un niño que no realizo sus sueños, que siempre le falto muy poco para conseguir lo que quería, pero que nunca lo logro, y por qué, se pregunto, porque  nunca lo intento, nunca trato de ir mas allá y siempre se rindió en el primer obstáculo.
Esa era la conclusión, eso era todo, no había razones para que seguir con vida, si todo el mal de su ser se concentraba en el mismo, entonces por qué debería salvarse,  era lógico, las personas siempre tratan de eliminar los responsables de su fracaso de su vida, pero en este caso el responsable de su fracaso era el mismo, entonces debía eliminarse.
Saltaré, pensó sin vacilar, es la mejor manera de acabar con todo esto, la caída será rápida, son solo 87 pisos, cada piso  tiene unos dos metros y medio, así que serán…
… si unos  218 metros hasta el asfalto, la caída solo durara, solo durara…
… 7 segundos!!!! . Se quedo un momento con la mente en blanco y entendió que eso era mucho tiempo cuando se analizaba desde su punto de vista, 7 segundos no son nada para el que realiza un viaje en avión, o para el que espera una cita en un café, pero cuanto tiempo es en las competencias de natación, de 100 metros planos o mas aun en las carreras de formula 1, es una barbaridad, 7 segundos pueden ser toda una vida, sarcásticamente análogo desde su punto de vista.
Recordó que el record mundial de  los 100 metros planos lo había obtenido un corredor jamaiquino en Berlín en el 2009 y estaba un poco por debajo de los 10 segundos, nueve segundos y cincuenta y algo, pero no logro dar con la cifra exacta. Pero el recuerdo de él sentado frente al televisor viendo la carrera si se mantenía muy fresco aun  en su enmarañada cabeza y pensó nuevamente, es mucho tiempo, en este tipo de situaciones los segundos parecen dilatarse y tienden a volverse lentos y pesados, tan lentos que la imagen dentro de ti se graba con lujos de detalles, con calma y logras proyectarla como si de una toma en cámara lenta del cine se tratara.
El viento soplaba de norte a sur con ráfagas de alta velocidad, hace apenas dos días la ciudad había estado en alerta naranja por  corrientes huracanadas, pero había sido degradada a amarilla en la mañana de aquel día. Ricardo tenia un rostro cuidado pero con signos marcados de su avanzada edad, ya rondaba los sesenta años y haber trabajado desde muy joven en situaciones duras pasaba ahora su factura, el pelo pintado de negro entre sus abundantes canas guardaban el recuerdo de una juventud plena y bien vivida, siempre pensó que se hizo viejo demasiado rápido, pues no exprimió cada año hasta la ultima gota.  ya estaba empezando a sentirse cansado, sus rodillas se quejaban seguidamente y la cintura le molestaba en jornadas que antes sorteaba con facilidad. No tenía bigotes ni barba, pero siempre daba la impresión que estaba a punto de dejárselos crecer, ya que su cara se veía bastante poblada, en sus años de juventud  tenía que afeitarse hasta dos veces al día para poder mantener un rostro totalmente limpio.
Sus ojos marrones se notaban fatigados y el signo de afecciones visuales resultaban visibles, nada grave para la edad que tenia, pero nunca le había gustado tener que usar gafas, pues le parecía un fastidio el hecho de guardarlas o recordar tomarlas al salir de casa. No vestía nunca como un tipo anticuado, aunque si era muy conservador, siempre terminaba haciéndole caso a las chicas que le recomendaban ciertas prendas en las tiendas a las que asistía, pues siempre fue cordial, jovial y muy simpático con las personas que hacían ese tipo de labores, en gran parte por que lo recordaban a el de joven, y recordaba como muchas veces los clientes lo menospreciaban y lo maltrataban, entonces decidió nunca cometer ese mismo error  y actuaba lo mejor posible ante los muchachos que lo atendían ahora a él.  Pensaba con gran aferro el ideal de marcar la vida de las demás personas de manera positiva,  que un gesto de simpatía con estos trabajadores podían hacerle su llegada a casa mas amena y que seguramente hasta comentarían con sus compañeros a aquel hombre amable y jovial que habían atendido algún día, aun cuando pasasen los años. Era fiel creyente de esta filosofía y la aplicaba y defendía sin vacilar, que fácil es hacer feliz a los demás con simplemente ser respetuoso, simpático y jovial.
Lastima que lo que él siempre se esmero en hacer  nunca le fue retribuido y en su vida se consiguió a un sinfín de personas que solamente se  esmeraron en hacer sus días mas pesados, lentos y grises. Las palabras de afecto parecían no corresponderles y conocía vagamente lo que significaba lealtad y amistad.
Las manos sobre el muro de cemento volvieron a soltarse un poco y la ráfaga de viento del  norte desbalanceo su cuerpo un tanto hacia el vacío, el miedo que pensó lo abordaría nunca apareció y por un momento estuvo a punto de dejarse caer, sin embargo el viento cambio en seguida de dirección y lo empujo en dirección contraria a la caída, retomo el balance y en un acto reflejo su mano se aseguro del borde.
Tenía quince años la primera vez  que Ricardo se sintió realmente atraído por una mujer, era una morena de nariz perfilada, cabello castaño claro, ojos almendrados y un lunar pequeño y sutil debajo del lado izquierdo de su labio inferior, ella estaba en buena forma, atlética, pertenecía a varias selecciones del colegio y estudiaba con el  en el mismo salón de clases. Ella nunca se fijo en el mas que como un buen amigo con quien pasar ratos agradables y el suspiraba todas las noches pensando en sus besos y sus caricias, infinidad de veces se levanto llorando en las noches arropado en su cama soñando con que ella finalmente le besada, le tomaba de la mano o le dedicaba palabras de amor y cariño, pero la verdad es que eso nunca paso y no fueron mas que sueños. Primero adoraba cada vez que soñaba con ella, eran una oportunidad para tenerla cerca, para sentirla, para tener en los pensamientos recuerdos  tan vividos como si en realidad hubiesen sucedido, pero luego  con el pasar de los días y la indiferencia de aquella niña hacia  sus muy sutiles halagos y coqueterías, los sueños se volvieron pesadillas y le recordaban lo triste de su existencia.
Cada vez que la soñaba se despertaba desesperado ante la impotencia de no poder borrarla de su vida, no lograba sacarla de su mente, y mucho menos ayudo que la viera besando a  un amigo que  tenían en común, que había logrado conquistarla, este amor nunca será superado y le dejará una marca en su vida que llevará para siempre, que condición tan injusta y tan fuerte. Era una vez más el niño  triste y sin ilusión.
La brisa le golpeo el rostro y el quejido de una sirena llego entrecortada a sus oídos, la vista deambulo de un lado a otro hasta que consiguió el brillo apagado de la coctelera de aquel vehículo, desde esa altura no lograba diferenciar entre ambulancia, patrulla, o carro de bomberos.  La sirena se apagó cuando aquel automóvil cruzo en la esquina y entro en el túnel que conectaba con la parte este de la ciudad.
Ricardo soltó sus manos e inclino su cuerpo para adelante, pero la posición poco le dejaba perder el equilibrio, así que  sin pensarlo pego sus talones al muro de piedras que se extendía bajo el borde y se impulso al vacío. Su caída fue mas rápido de lo esperado, pero de igual manera sentía que se quedaba sin aire, el choque con el agua fue sensacional.
Recordaba como si fuese ayer sus clases de clavado en una piscina a las afuera de su ciudad que las impartía nada menos que  el padre de un compañero de juegos de la residencia, sin embargo, en ese entonces aquel señor, delgado, de facciones cómicas, bigote blanquecino y ojos hundios parecía todo un héroe de la natación mundial.
El señor les había explicado como lanzarse con la cabeza y los brazos extendidos sobre esta para lograr una  entrada limpia en el agua, mientras menos se levante mejor será, había repetido toda la mañana. Ya se habían agrupado en la orilla de aquella piscina una media docena de niños de las residencias, casi  todos conocidos por Ricardo en el patio de juego.
No  debe ser muy diferente  de los clavados, pensó con la luz de las empresas que  laboraban corrido alumbrando el limite horizontal de la ciudad, su cuerpo  ya estaba cansado de la posición que tenia desde hacía  un rato, entonces  giro su tronco  a la derecha y tomo con sus manos el borde del muro, coloco sus rodillas en el mismo y lentamente se irguió como  una escultura en el limite externo del saliente. No pudo resistir el deseo y extendió sus brazos formando  una cruz con su cuerpo, con los pies fijos en el saliente y la mirada alineada mirando infinitamente las estrellas sobre el, la brisa era mucho mas que una caricia de verano y le hizo perder el equilibrio.
Sus pensamientos estallaron en  un  cumulo  de reflexiones sin pies ni cabezas, pero a pesar de todo ello, Ricardo nunca tuvo ni tan si  quiera el acto reflejo de aferrarse al vida o al muro, aunque si se hubiese estirado habría podido alcanzar las rejillas metálicas que allí se encontraban, Ricardo por el contrario asumió la caída con una serenidad demencial propia de un decidido emprendedor desequilibrado.
Su cuerpo resbalo al vacío, giro y se oriento de espaldas al piso, y allí se encontraba, ahora si, cayendo  rumbo a  la ciudad, 7 segundos, o  ya  un poco menos se dijo para su interior, escaso era el tiempo que lo separaba  del golpe final, un golpe que contrario a las enseñanzas de su vecino en aquella piscina no podría ser limpia aun entrando con las manos por delante de la cabeza.
Ricardo había escuchado alguna vez que la mayoría de las personas que se lanzan de una gran altura, morían antes de caer por el nivel de estrés y desesperación que la misma causaba, pero nada era mas contrario en su ser. Una armonía y serenidad impregnaron su cuerpo irradiándolo hasta el ultimo centímetro y  la tranquilidad se apodero de él, estaba seguro por sus conocimientos que no sufriría en el impacto y que la muerte ocurriría de manera instantánea, entonces entendió que aquel conocimiento fue el condicionante para sumirlo en  tanta paciencia.
Los pisos desfilaron frente a sus ojos rápidos e indistinguibles, difuminados por la aceleración, los colores eran oscuros con algunos recuadros teñidos de amarillo o blanco allí donde aun había luz. Pero lo mas sorprendente fue notar como los molestos sonidos de la ciudad se agolpaban en la entrada de sus oídos y le martillaban los tímpanos sin cesar, Casi de un suspiro se acababa de dar cuenta que no caía al vacío y que no estaba solo, pero no pudo suspirar, se había formado en su estomago un hueco profundo e infinito que resultaba imposible llenar y que no le permitió despegar sus labios, aun en momentos cercanos a su muerte no podía hacer lo que quería, la frustración lo cubrió.
Probablemente la  gente se sorprenda al ver mi cuerpo estallar contra el suelo, o contra un automóvil, peor aun pensó, estresándose un poco, quizás caiga encima de alguien y le arrebate también su vida, como cuando el  agua del mar en su vaivén continuo arrastra granos de arena  a sus profundidades oscuras y escondidas. Era casi imposible pensar que alguien en estas condiciones pudiese estresarse por algo mas que no fuese la propia caída, pero así fue.
Ricardo se sorprendió al darse cuenta que se había equivocado en sus cálculos y que el recorrido que estaba haciendo era en realidad mas duradero, no duraba segundos ni horas, eran días enteros lo que separaba a su cuerpo de su destino final, el suelo. Entonces decididamente comenzó a sacar cálculos de fuerza y energía confirmando que de caer sobre alguien este no tendría opción distinta a la muerte. Los pisos continuaban su desfile ante el, mientras Ricardo se daba tiempo para pensar un poco mas en su vida, se detuvo en el medio del camino y saboreo por ultima vez un buen café acompañado del humo vicioso de la marca del mejor tabaco.
Después paso a destapar aquella botella de Ron venezolana que le habían traído desde aquel país unos amigos suyos que conoció en unas conferencias en sus primeros años, siempre mantuvo bajo celoso resguardo aquel Ron especial, pues debería destaparse en una buena ocasión y no le pareció una mejor que esta, en tal caso, no habría ninguna mas, por que esta era, seguramente la ultima ocasión importante que viviría. Al terminar el vaso  de ron que se había servido acompañado solo de hielo, tal cual le recomendaron, se abrió paso de la  cocina hasta el guarda ropa y vistió su peor  combinación, pensó  que era prudente cambiarse de atuendo, pues estaba a punto de estrellarse al suelo y no quería dañar sus pantalones favoritos.
Un par de ruidos molestos lo colmaron en totalidad y una gran cantidad de luces le estallaron los ojos en resplandor, estaba ya cerca del suelo, del final, se encontraba calmado y tranquilo pero aun debía terminar algunas cosas. Por lo tanto se apuró a coger el teléfono y llamo a la chica del pasado, a su gran amor, le pidió perdón por como se había comportado y la perdono por sus tanto errores, se despidió de ella con un beso y con la seguridad de que ahora ella si lo amaba, no hay mejor declaración que la hecha en los instantes antes de tu muerte.
Mal vestido como andaba, con el sabor exquisito del ron en la boca y la felicidad del amor tomó un avión directo a la ciudad anfitriona de su equipo de fútbol favorito, llego justo a tiempo para el partido final y vivió como el mismo era proclamado campeón de la temporada en casa, no pudo  aguantar las ganas de celebrar hasta el último instante y siguió a la muchedumbre que se  agolpaba a las entradas de los bares de las calles aledañas. Antes de entrar a ese local que había elegido, fijo su mirada en el anuncio del mismo y en el edificio que se sostenía sobre la frígida tasca
Era un edificio alto, muy alto, de ventas de vidrios uniformes y equilibrados. Los paneles separadores eran metálicos y solo algunas ventanas tenían luz a estas horas de la noche, sobre sus caras rectangulares se reflejaban nítidamente las siluetas y figuras de la ciudad que se erguía frente  a él, era un espejo gigante, enorme. Entonces justo cuando se disponía a entrar diviso una objeto deforme en el reflejo del edificio, giro sobre sus talones para buscar la figura real más allá de la calle de donde supuso venia el reflejo, y noto enseguida que era su cuerpo cayendo  al vacío. Muy pocos pisos quedan ya, pensó, y entonces  entro en  aquel bar.
Un grito agudo, largo y desesperado quebró el ritmo agobiante y apurado típico de la ciudad, fue un grito desde el alma. Aquella mujer acababa de girar su mirada al cielo para convencerse del inicio de una pequeña llovizna  que la sorprendió  en la esquina habitual donde pedía limosna. Hacían ya diez años  desde que debido a  un accidente había perdido la lengua y las cuerdas bocales quedando desfigurada, muda y abandonada. Pero su alarido abanicó y fue escuchado en cuadras a la redonda.
La ciudad se paralizo un momento y las gotas quedaron suspendidas en el justo lugar donde se encontraban al momento de aquel espantoso sonido, es un objeto, no, es un cuerpo, seguramente se suicido, se escucho  decir a las personas que se encontraban cerca de Ricarod. Ricardo se había detenido junto con las gotas a solo un par de pisos del final, suspendido en el aire sin poder terminar su recorrido se encontraba inmóvil, inconsciente absorto en la celebración de su equipo de fútbol.
Las personas de la ciudad desviaron sus miradas y modificaron su ruta  para evitar pasar cerca del lugar donde evidentemente se estrellaría aquel desdichado, mal vestido y vicioso señor. Suicidarse con una taza de café, un vaso de licor y un cigarro en la boca es algo que se ve poco hoy en día pensaron algunos otros, Entonces el tiempo empezó a moverse despacio mientras la muda escapaba de la escena.
El tiempo tomo su ritmo habitual y las primeras gotas chocaron contra el  frío terreno de la ciudad dividiéndose en miles de gotas más que saltaban de un lado a otro como con la compleja habilidad de un  rebote desproporcionado. El cuerpo de Ricardo siguió su rumbo al empedrado.
Algunas de las personas que seguían cerca aseguraron que su cuerpo se había estrellado y dividido en mil trozos pequeños irreconocibles que luego se habrían evaporado al pasar la lluvia. Pero los más atentos, divisaron como del cuerpo de Ricardo habían surgido dos grandes trazos blancos de libertad y justo antes de estrellarse había logrado alzar vuelo, lejos de la rutina y la decepción.
En aquel bar, situado en la parte baja del gran edificio un agudo escalofrió recorrió a todos los hombres y mujeres a las  paredes, sillas y bebidas, pues un hombre mayor, pálido y  sereno, bebiendo ron y fumando tabaco,  el cual algunos aseguraban que tenia cara de Ricardo, acababa de pasar  suspendido nuevamente entre ellos envuelto en un halo trasparente blanco y frío. 

Desde mi movil

Hoy parece ser uno de esos dias despues de la tormenta donde la calma,asi sea poca, parece eterna legitima eterea, perfectamente conseguida por contrato con el destino.
Es el trato en la vida tormentas y calmas intercaldas, y aun y cuando las tormentas parecen mas largas la realidad es contraria, la diferencia esta en nosotros que nunca nos detenemos a admirar con calma la calma, pero en cambio si disponemos del tiempo para ahgarnos entre lamentos durante los vientos de la tormenta, proseguir el camino es lo debido y dejar el el olvido aquello destruido, para seguir en la calma detenidos observando el tiempo y apresandolo en nuestros pensamientos.
Jose Bertorelli
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