martes, 13 de septiembre de 2011

El Escape

Sentía como miles de gotas se formaban en la superficie de la piel, como los poros trabajaban apurados y expulsaban sin parar esas gotas de líquido que tenían la función de refrescar las altas temperaturas que mi cuerpo estaba alcanzando, pasaron pocos segundos antes de que las fracciones formaran un afluente y se deslizaran camino abajo directo hacia mis pestañas. El sudor se acumuló ahí hasta un punto crítico y empezó a gotear lentamente hacia los ojos, cada gota dificultaba más la vista y ardía.

Pequeñas nieblas se posaban sobre mi iris debido al sudor penetrando mas allá de mis pestañas y la respiración era jadeante, apresurada muy desesperada. Cada bocanada de aire llenaba mis pulmones con el tan necesitado oxigeno, los glóbulos trabajaban a doble turno sin parar alimentando todos mis músculos, la sangre no respeto durante esos minutos el límite de velocidad y circulaba sin respetar paradas ni altos. Los músculos de las piernas y manos nunca habían sido expuestos a tal tención en los últimos años, una vez estuve asustado, pero no me dio tiempo de correr.

El golpe de los talones contra el suelo arenoso hacia brincar mi cerebro dentro del cráneo y casi podía sentir como golpeaba las raíces de mi corto cabello, que había sido recién rasurado por la mínima diferencia. Mi correr no era  recto, estaba desesperado y zigzaguee en varias ocasiones, pero sé que corría un serio peligro.

 Empezó a faltarme la respiración, pero sabía que no podía detenerme, aun me seguían de cerca y los pies entrenados, contorneados y  acostumbrados a las carreras de la mujer que venía tras de mí me recordaban que no podía parar, que debía dar el todo por el todo.

Yo estaba descalzo en el momento que comenzó todo, acababa de liberar mis dedos de la opresión de los zapatos cuando de pronto sucedió. Mis pies, ahora concentrados en la carrera del escape, se quejaban a gritos  por la falta de un juego de llantas debajo de ellos. Pero aun así, sé que la decisión de abandonar mi calzado fue la correcta, gracias a ello quedaban algunas esperanzas de huir.

Sus pasos parecieron sonar mucho más fuerte detrás de mí, y tuve la tentación de voltear la cara para tratar de estimar la distancia que ahora nos separaba, sabía que era menor, mucho menor, pero me concentre en mi carrera.  Al pasar un segundo unos delicados pero firmes brazos sujetaron la punta de la franela que era batida por el viento en contra y como si de un choque de autos se tratase mi carrera de escape colapso y se hizo un fracaso.

El desequilibrio fue mínimo, pero los músculos cansados, la falta de oxigeno en el cerebro y   la torpeza intrínseca de mi persona causaron  que mis piernas se  olvidaran de  pedir permiso la una a la otra para poder avanzar  en la carrera, y entonces tropezaron. Mi cuerpo  fue dejado en libre suspensión por unos instantes de segundo, como si volara, antes de chocar contra la arena de la playa, el  giro de la caída fue tan brutal y rápido  que causo que mi cara se estrellase contra lo que eran mis huellas en la arena.

Era el fin, estaba acabado. El ardor de la arena caliente  rosando toscamente contra mi rostro fue intenso pero breve, cerré los ojos y tape mi cara con mis manos. Aun jadeaba y trataba de recuperarme de tan cruel carrera cuando se posaron sobre mí.

Eso te pasa por poner tus zapatos llenos de arena dentro de mi carro, añadió mi hermana justo antes de tenderme la mano con una gran risa en su rostro. Que no vuelva a suceder dijo al levantarme.

Yo aun jadeaba y ella agrego, --por cierto estas fuera de forma, y más contra una velocista---, no debiste intentar escapar,  ambos reímos a carcajadas cansadas.

Ella me atrapo y gano esa batalla, pero no sería yo el que tendría que pasar dos horas al regresar a casa aspirando la alfombra de la cajuela.

Abrazados nos retiramos a la sombra del toldo donde toda la familia se reía de lo que había pasado. 

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