martes, 9 de agosto de 2011

El Informante

Tenía una vida perfecta, siempre acompañada, sus amigos fieles a sus dotes y a sus cualidades, joven, emprendedora, innovadora, en fin estaba encantada de la vida, la habitación donde pasaba sus días era amplia fresca y con un aire un poco antigua que lograba darle mayor aire de modernidad a sus líneas curvas, materiales innovadores y diseño vanguardista, tal cual como lo decía su dueño, exactamente igual a la etiqueta que le colocaron en su nacimiento ese domingo a media noche cuando se terminó su lote de producción.

Amanecía y se bañaba de una luz blanca fresca que lograba iluminar cada rincón de la habitación, los únicos privilegiados que lograban dormir hasta tarde eran ella y su compañero de al frente, pero generalmente trabajaban hasta tarde y con todos los miembros de la familia. Sonaron los escalones de madera cediendo por el peso del hombre y hoy como ayer, y como todos los días de su vida ella se despertó, se desperezó y se colocó en su forma más sexy y curva, nadie podía resistirse cuando se veía así.

Robinson era su amigo, la había traído a casa, pues casi inmediatamente pudo salió a la calle a ganarse la vida, Robinson era lo más grande que tenía, nunca la abandonaba y los fines de semanas eran especiales, el solía sentarse a hablar en ella entre copa y copa, con alguna comida para picar en la mesa y el compañero de la habitación frontal hablando como siempre, tanto que a veces parecía un monologo, ese amigo de ella, tan conocedor, tan chismoso era su fiel compañía cuando Robinson quedaba dormido.

En la soledad de la madrugada ella solo pensaba en la felicidad de su vida, aunque, de vez en cuando, atemorizada por el hecho de que la llevaran a otro sitio, se repetía para su interior la frase que le diría, déjame, déjame aquí o me romperé, pero eso nunca tuvo que ser dicho, era más un toque de inseguridad de su personalidad que una realidad, Robinson era un visionario y siempre se sentaba a pensar en su futuro al punto que muchas veces se encontraba soñando despierto sobre acciones que él nunca sería capaz de llevar a cabo de ninguna manera, pero no era un perdedor, ni un hombre promedio, tenía un gran éxito, pero este éxito le costó la soledad, sin embargo, se repetía para sí mismo aun me queda el consuelo de contar con ustedes mientras soltaba una amplia risotada llena de alegría y los observaba a ella y su compañero de al frente.

En un largo invierno de esos que azotaron con fuerza a finales de la década de los noventa Robinson decidió que esta ciudad era muy helada para su piel que ya empezaba a envejecer por culpa de los años que no pasan en vano, y fue entonces cuando decidió mudarse a un pequeño apartamento al sur del país. Colocó en la sala a su gran amiga, la silla de diseño exclusivo y justo frente a ella a un nuevo televisor con pantalla y sonido superior, en ese momento silla se sorprendió y lloró callada por su amigo que se había marchado, lloraba y se repetía para sí misma no volveré a encontrarte nunca más, nunca más me narraran historias como lo hacías tú.

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